Hay una nostalgia que rara vez se pronuncia en voz alta. No es por el pasado vivido, ni por la infancia, ni por los lugares que hemos visitado. Es una nostalgia paradójica: la nostalgia de lo que nunca ocurrió.
Se manifiesta en los instantes interrumpidos, en los encuentros que no se realizaron, en las palabras que quedaron atrapadas en la garganta. Está en la mirada que pudo haber cambiado una vida, pero siguió su curso. En los amores que nacieron tímidos, pero nunca atravesaron el silencio. En las amistades que se perdieron antes de echar raíces.
Fernando Pessoa escribió que “todo lo que vive no vive porque vive, sino porque sueña”. En cada uno de nosotros existe una colección de sueños no realizados — y es justamente de ellos de donde nace esta nostalgia de lo no vivido. No es un dolor por la pérdida, sino un reconocimiento de que la vida es más grande que cualquier cronología personal.
Nietzsche decía que cada decisión es también una renuncia: al elegir un camino, abandonamos infinitos otros. Y es en ese espacio de elecciones no hechas donde se instala esta ausencia peculiar. Lo que pudo haber sido y no fue nos acompaña como una sombra silenciosa. Milan Kundera, en La insoportable levedad del ser, lo describe de manera contundente: la vida ocurre solo una vez, y esa irrepetibilidad la hace al mismo tiempo ligera e insoportable.
Esta nostalgia de lo no vivido nos recuerda que la vida es un campo de posibilidades. Estamos formados tanto por las experiencias que tuvimos como por las que no tuvimos. Los caminos rechazados también moldean quienes somos, aunque de manera invisible. Somos, en cierta medida, hechos de elecciones abortadas, de gestos suspendidos, de historias que nunca llegaron a nacer.
Y, curiosamente, esta nostalgia no necesita ser amarga. En muchos casos, es serena — una aceptación de que no nos sería posible vivir todos los posibles. Tal vez la sabiduría radique precisamente en comprender que la vida real está hecha de lagunas, de silencios, de oportunidades perdidas, y que incluso aquello que nunca fue se convierte en parte de nuestra identidad.
Entre el sueño y el tiempo, existe este territorio invisible de ausencias. Es allí donde descubrimos que el sentido de la vida no se limita a lo que ocurrió. También estamos hechos de lo que no vivimos — y es por eso que incluso lo que nunca existió puede seguir acompañándonos como recuerdo.
São Paulo/SP/BR, 15 de septiembre de 2025