“No es la técnica lo que define a un buen profesional. Es lo que hace cuando nadie lo está mirando.”
A lo largo de una carrera, todos enfrentamos dilemas. Algunos técnicos, otros estratégicos. Pero hay situaciones que nos colocan frente a un espejo ético, obligándonos a decidir quiénes somos, no solo lo que hacemos.
Yo he vivido situaciones así. Algunas me costaron mucho más que bonificaciones o reconocimientos. Me costaron tranquilidad, seguridad y salud emocional y física.
En una de ellas, trabajando en una empresa con capital extranjero, regulada por una entidad sujeta a la SEC, identifiqué un fraude contable. No era un error técnico. Era un ajuste intencional, diseñado para manipular los resultados antes de la publicación de los estados financieros. Me pidieron que “hiciera el ajuste y siguiera”. Me negué. El ambiente se volvió tenso. Mi jefe dijo que no entendía las “implicancias comerciales” de mi negativa. La presión se convirtió en agresión. El presidente de la empresa, en un ataque de furia, lanzó una computadora contra mi cabeza. Sí, literalmente.
Me negué a cometer fraude. Y pagué el precio.
Pero dormir tranquilo vale más que cualquier bonificación.
Otro episodio tuvo lugar en una estructura regional de América Latina, con múltiples jurisdicciones y operaciones simultáneas. Participé en la consolidación contable de inversiones entre entidades, lo que exigía juicio técnico, alineamiento con IFRS, y análisis de las transacciones intercompany y sus respectivas monedas funcionales. Al señalar inconsistencias y proponer el tratamiento contable correcto, con base en las normas y el riesgo de encuadre como evasión fiscal, recibí una respuesta directa:
“Haz solo lo básico.”
Pero en ese contexto, lo “básico” era una omisión grave. Implicaba ignorar normas internacionales, suprimir el análisis de la sustancia económica, y tácitamente aprobar un planeamiento agresivo con potenciales riesgos para los accionistas y la reputación del grupo. Una vez más, dije que no. Y, una vez más, enfrenté el aislamiento silencioso que recae sobre quien incomoda por actuar con ética.
La verdad es que la ética no se aprende en cursos. Ni se simula en reuniones. Aparece en los bastidores, en las conversaciones sin testigos, en las decisiones que nadie aplaude. Y se manifiesta, sobre todo, cuando tiene un costo real.
Estas experiencias moldearon no solo mi trayectoria, sino también mi convicción: la ética no es opcional. Es estructural. Define cómo un profesional se posiciona en el mundo — y, por extensión, cómo transforma el mundo a su alrededor.
Rechazar el fraude. Rechazar la omisión. Rechazar el silencio cómodo frente al error.
De eso se trata.
No escribo como mártir. Escribo como profesional que ya ha vivido lo que muchos evitan enfrentar. Como contador y economista, sé que nuestra responsabilidad va más allá de los números: alcanza la confianza de los mercados, el patrimonio de las familias, la credibilidad de las empresas, y la paz de quien duerme sin ocultar lo que hizo durante el día.
En ética, no hay puntos medios.
Quien intenta hacer carrera sin ella, construye sobre arena.
“La integridad de un hombre es su capital más valioso.” — Warren Buffett
São Paulo/SP/BR, 11 de junio de 2025